En Plaza Carrillo lo que menos se tiene es madre. Sí, existe un monumento en el lugar que busca rendir tributo a la figura materna, pero la realidad es que no cumple su prometido, pues termina siendo una obra que se erige frente a la indiferencia de los personajes que circulan diariamente por el lugar.
Son las 10:30 de la mañana del martes. El sol se deja sentir con fuerza sobre aquella silueta de cantera en la que una mamá abraza de manera enternecedora a dos niños y se acompaña de una placa con la siguiente leyenda: “Madre: por nada de este mundo cambiaríamos tu cariño, que es vida, luz, fuerza y perdón. La niñez michoacana. Morelia, Mich., 10 de mayo de 1948”.
Dentro de la plaza sería todo silencio si no fuera por el retumbar constante de los chorros de agua en la fuente. Sobre una banca, yacen dos hombres en estado agónico de alcoholismo: uno duerme a placer con el cigarrillo a medias que dejó sobre la comisura de sus labios, mientras que el otro se tambalea sin que se sepa si está gozando o sufriendo los rayos del sol.
Contrario a lo que sucede cuadras más adelante, donde a causa de un bando solemne el tránsito vehicular y la desesperación de los conductores se ha apoderado del Centro Histórico, aquí la actividad y la vida escasea. Al parecer, el martes no es el mejor día para hacer una mudanza y los fleteros bostezan de aburrimiento.
El único bolero del sitio, atiende a un hombre que no emite un solo comentario y simplemente se dedica a observar el trabajo que hacen sobre su calzado. A un costado, otra persona y sus botas ya esperan su turno bajo la misma actitud: silencio que se complementa con un rostro testarudo.
Casi ninguna banca alcanza un espacio de sombra, pero da igual. La mayoría de los asientos están atiborrados de excremento de paloma, mantienen olores de orina o son usados por personas que inspiran poca confianza y camaradería.
Fundada el 15 de septiembre del año 1893 por el entonces gobernador de Michoacán, Aristeo Mercado, la Plaza Rafael Carrillo tenía la finalidad de dotar de agua a los habitantes de la zona a través de la fuente que se construyó justo en el centro del terreno.
Sin embargo, fue a finales de la década de los 40 cuando a la plazuela se le aplicó una remodelación completa a cargo del arquitecto moreliano Manuel González Galván, en la que se incluyó el monumento en honor a las madres.
Durante el periodo de Salvador Abud Mirabent como presidente municipal de Morelia, la plaza fue nuevamente intervenida con adecuaciones en su infraestructura hidráulica y arquitectónica, así como la instalación de jardineras con sistema de riego automático.
Pero más allá de cambios físicos y estéticas que son productos de las visiones gubernamentales de turno, en Carrillo no se pierde la esencia y una dinámica de vida que históricamente contrasta con las principales plazas de la ciudad.
Aquí, desde temprana hora, hombres mayores se aglutinan frente al Hotel Plaza Carrillo a la espera de las trabajadoras sexuales, quienes con desgano aguardan al interior sobre el pasillo principal a la espera de que se les autorice la salida.
Cuando por fin emprenden su jornada laboral que llega a extenderse hasta la noche, ninguno de esos potenciales clientes se acerca. Quizá sus bolsillos estén limitados y tengan que conformarse con solo mirar para recrear en su mente fantasías sexuales que no pueden pagar.
La vida en la plazuela de Carrillo es muy otra. No hay letras de colores para que los turistas se tomen fotografías del recuerdo ni tampoco se instalan dinámicas para celebrar los días de la Madre, Niño, Padre, Abuelo o quien sea.
En este entorno, sobra la desolación en forma de adicciones, temblorinas como consecuencia de la resaca, explotación sexual y falta de oportunidades. Paradójicamente, frente a ese monumento de relleno y casi imperceptible, da la impresión de que en este lugar todos extrañamos a mamá.